Beber para crear – William Faulkner
5 de julio de 2025
Faulkner
7 de julio de 2025Morena: ideología, organización y propaganda
Enrique Laviada –
Dijimos aquí con anterioridad que Morena tenía todo el poder, pero con una escasa definición ideológica. Lo que observamos, en cambio, es una mescolanza sumamente arbitraria de orígenes, o si se quiere huellas que no coinciden, excepto por el convivio de intereses económicos y formas convencionales de compartir el poder. Se trata, pues, de cualquier cosa menos un partido. De ahí que quienes buscan afanosamente darle sentido a su formación, acudan a la vieja idea de “movimiento”, ósea: algo raro en donde todos caben, con la única condición de asimilarse al mando supremo de un caudillo, ahora, por cierto, en las sombras.
En ese sentido, la existencia misma de Morena es en strictu sensu algo ficticio (la esperanza de México) que se relaciona con ciertas formas de organización y, sobre todo con un gigantesco aparato de propaganda. Esta forma totalitaria está concebida, tal y como lo describe conceptualmente Hannah Arendt, para traducir las mentiras propagandísticas tejidas en torno a una ficción central y construirla, incluso, en circunstancias distintas a las de un mundo ficticio: tenemos otros datos, se afirma desde todos los púlpitos de la llamada Cuarta Transformación, ante cualquier clase de catástrofe para fundar su propia realidad, su mundo ficticio.
La ideología, la organización y la propaganda se convierten, entonces, en un tríptico poderoso que termina por persuadir a los electores, por ejemplo, de que su voto es una palanca de transformación incomparable en la historia, aun a pesar de que sólo participe uno de cada diez ciudadanos, como en el caso reciente de la ficticia elección del poder judicial, para de ese modo anular a ese poder, justo en nombre del pueblo (propaganda) y someter a jueces magistrados y ministros a el mimo foco de voluntad autoritaria.
La mayor perversión para el cao de Morena, sine embargo, consiste en que su ideología (entendida como el seguro de vida de “los compañeros de viaje” que suman sus reservas de poder al proyecto), tiene soporte en una estructura organizativa creada desde el Estado, los llamados “servidores de la nación” cuya cantidad se estima nacionalmente en unos 30 mil reclutas, lo que representa una nómina superior a los 3 mil millones de pesos anuales; se estima que esa estructura podría corresponder a la mitad del gasto asignado actualmente a todos los partidos políticos nacionales, además se sabe que ese “ejército de activistas” cuenta con una jerarquía piramidal en la que se fijan distintos niveles salariales y porciones de autoridad, sin que exista control ni limitación alguna para su actuación. Su capacidad de organización puede llegar a ser tan costosa, flexible y desplegable como los procesos electorales lo requieran, es decir, se trata de la organización electoral de Estado más grande y eficaz que hayamos conocido. Otra vez recurro a Arendt para encuadrarlo: funciona como fachada del movimiento totalitario ante el mundo no totalitario y como fachada de este mundo ante la jerarquía interna del movimiento, y si repasamos los nombres de esa jerarquía o “nomenclatura” nos percataremos pronto que termina en el nombre del caudillo en la sombra.
Precisamente por eso, la piedra angular de la propaganda se encuentra en el culto a la personalidad del caudillo “es un honor estar con Obrador” o si se prefiere en una individualización del poder cuyas proporciones todavía no están suficientemente calculadas, pero que funcionan como cemento que une piezas antes imposibles de unir, dando lugar a un fanatismo compartido que asusta a cualquiera. Ese fanatismo de los miembros de un movimiento totalitario es por completo diferente a la lealtad de los afiliados a un partido político; ahora de lo que se trata es de fijar en el imaginario colectivo de las masas las fórmulas simples de un maquiavelismo barato, hasta llegar al fervor con el que solo las masa pueden sacrificarse a si mismas.
Por cierto, el truco sigue siendo el mismo: hacer creer que todo cuanto el régimen autoritario realiza tiene por objeto beneficiar al pueblo, en palabras de Camus, todo sigue el mismo curso: “el bienestar del pueblo siempre ha sido la excusa de los tiranos”. Ya sea a plena luz o en las sombras. Da lo mismo.