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Morena: la corrupción y el narco

Enrique Laviada Cirerol –

Para entender mejor el fenómeno de los regímenes autoritarios es menester considerar, siempre, la influencia de los poderes fácticos. Morena es un caso singular. Al margen de cualquier institucionalidad, sin limitación legal alguna y al amparo de la llamada cuarta transformación (cualquier cosa que eso signifique) se teje una intrincada red de corrupción de proporciones gigantescas, como nunca en toda la historia de los malos manejos; vaya, ni en las peores pesadillas de la era priistas habríamos encontrado algo semejante. Nunca.

La corrupción de antes, sin embargo, terminó por irritar a los ciudadanos que salieron a votar en su contra, pero, sin sospechar que encumbrarían a una especie superior de corruptos salidos de… ¡la lucha contra la corrupción!

Esta es una de esas paradojas que describen similitudes entre los totalitarismos de cualquier tipo y que consiste en hacer exactamente lo contrario de lo que se pregona, y hacerlo mucho peor y sin piedad alguna. Se trata de los hechos que contradicen toda lógica, pero que se imponen como una nueva realidad.

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Así es como, en apenas un sexenio, constatamos la formación de un estamento social (léase, la cúpula de Morena) que es capaz de cometer los actos de corrupción más deleznables, sin el más mínimo pudor institucional, administrando con manga ancha los flujos financieros producto de la asignación discrecional de la obra pública, es decir, beneficiándose de las mil y una formas del dinero sucio que se reproduce bajo el vergonzoso manto de la opacidad forzada, y adquiere las proporciones del tren maya, el aeropuerto o la refinería dos bocas, a lo que siguen sus similares y conexos en las distintas regiones del país.

La corrupción del totalitarismo engendra a cada momento nuevos ricos, criaturas grotescas al servicio de un caudillo que desde la sombra (donde quiera que se encuentre) maneja el código completo de las decisiones, mientras la inercia lo permita y la gente se trague la píldora del bienestar y la propaganda siga haciendo lo suyo con buenos resultados. 

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Esa deformación del sistema a la que me he referido incluye, sin remedio, al narco como palanca de impulso y empoderamiento de ese nuevo estamento burocrático; y resulta que sus integrantes saben perfectamente que cualquier asociación con las bandas criminales implica una complicidad altamente riesgosa, pero insisten en que el fin (suyo) justifica los medios (turbios) que han terminado por comprometer las estructuras mismas del Estado, incluidas de manera muy costosa las que corresponden a corpus tan esenciales como las policías, las fiscalías e incluso las fuerzas armadas, ahora dedicadas a la funcionalidad de dicha alianza. Los nuevos mandarines que produce el régimen totalitario saben muy bien dónde ha comenzado todo, pero no dónde habrá de terminar. En estos días ha sido común verlos arrogantes por su origen y al mismo tiempo temerosos de su destino.  

Así, la nomenclatura de Morena y los capos de las organizaciones criminales se emparentan y comparten pugnas y quiebres, al grado de confundirse los linderos entre su poder y el de aquellos. Ese fenómeno de borramiento entre el poder político y la organización criminal puede llegar, en efecto, hasta la formación de un narco Estado, y a ello responde la demolición que terminaría por barrer (es ironía) con cualquier vestigio de institucionalidad en México, sin contrapesos, sin certidumbre legal y sin una masa crítica opositora.

Estamos en México ante una nueva encrucijada a la que podríamos aplicarle lacuriosa fórmula que ha puesto Pérez Reverteen sus redes sociales: “si suena como que se está demoliendo un Estado, tiene aspecto de que se está demoliendo un Estado y a todos parece que se está demoliendo un Estado, no hay duda de que se está demoliendo un Estado” y para aprovechar la cita, coincido en que cuando se acaben los conejos de la chistera (matutina) podría no quedar vestigio alguno de lo que todavía llamamos democracia.

Acertijo

Si el asunto es quién se queda con el negocio completo del narco, todos pierden.