Tennessee Williams – En el teatro del deseo

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Tennessee Williams – En el teatro del deseo


Enrique Laviada Cirerol –

No encuentro algo más teatral que la inesperada y extraña muerte del autor. El 25 de febrero de 1983, un empleado del hotel Elysée de Nueva York toca a su puerta, pero él no responde. Lo hace insistentemente, hasta que decide entrar para ver lo que sucede. En el piso se encuentra tirado el escritor, la escena resulta grotesca, y de inmediato pide auxilio. Se comprueba que está muerto. El informe forense asegura que fue un accidente, pues habría tratado de abrir con los dientes un frasco de gotas para los ojos, tragó la tapa de corcho y se ahogó con ella. Una asfixia causada por la mala suerte. Tennessee Williams tenía para entonces 71 años, padecía los estragos de la depresión y el alcoholismo, se encontraba solo y afectado nuevamente por el abandono. Yacía en una escena final en el teatro del deseo. Un drama difícil de mejorar.

Su nombre verdadero era Thomas Lanier Williams, aunque el mundo lo conoció como Tennessee Williams, su nueva identidad había sido adquirida como un sobrenombre, puesto por sus compañeros de escuela, debido a su acento sureño. Pero también sabemos que no le costó trabajo adoptarlo, como una manera simple de alejarse de su pasado, y olvidar su infancia marcada por la intolerancia y la violencia generadas por un padre alcohólico, y una madre sumisa y abnegada que apenas podía protegerse a si misma. Además, por desgracia, su hermana Rose, -a quien adoraba-, padecería esquizofrenia, cerrando un cuadro existencial que le marcaría de por vida.

Durante su primera juventud, Tennessee contrajo difteria, lo que le afecto física y moralmente de manera severa, sin embargo, lo peor vendría con su inclinación homosexual, que traería consigo el rechazo hiriente del padre, quien no paraba de llamarle “poco hombre”, mientras la madre le prodigaba una tímida comprensión, y se alejaba disimuladamente. Durante el año en el que la enfermedad lo dejó postrado, fue precisamente su madre quien le obsequió una maquina de escribir con la intensión de que se entretuviera, pero mágicamente se convirtió en el primer peldaño de lo que sería una apasionante carrera como escritor.Movido por sus éxitos tempranos, Tennessee decidió matricularse en la Universidad de Missouri, donde aprovechó para incursionar en la literatura escribiendo poesía, cuentos, ensayos y sus primeras piezas teatrales. Pero al poco tiempo, su padre lo obligó a dejar sus estudios para trabajar en una fábrica de zapatos y dedicarse a “cosas de hombre”, lo que casi le causó un colapso emocional, mientras la esquizofrenia de Rose se hacía fatal y era recluida en un hospital psiquiátrico donde finalmente fue sometida a una lobotomía.

Hacia 1938 Tennessee terminaría sus estudios y se apartaría de su envenenado ambiente familiar. En su obra El largo adiós, escrita en 1940, cuenta la historia de un joven escritor que se aleja de su hermana delirante. Desde entonces, su tragedia personal estaría reflejada en sus obras, como un grito de desesperación que cuestionaba las relaciones sociales, los entornos familiares y las preferencias sexuales, lo que en su época contravenía las fórmulas teatrales dedicadas principalmente a la diversión y la comedia ligera. Más tarde fue contratado por la Metro Golden para escribir guiones y eso le permitió concebir El zoo de cristal, una obra completamente autobiográfica, que sería su primer éxito en Broadway. Los temas controversiales, y la abigarrada vida de sus personajes, le darían el pase a la fama como uno de los escritores más apreciados de la escena norteamericana.

En 1947 se presentaría por primera vez en una sala de teatro Un tranvía llamado deseo, la obra que traería la mayor gloria en su carrera, se trata de una genial puesta en escena de los martirios matrimoniales y los conflictos de una pareja, afectada por la codependencia y el alcoholismo. Blanch Dubois, es la mujer que necesita ser atractiva, pero que empieza a padecer el paso del tiempo en su rostro, desequilibrada mentalmente, que busca de manera infructuosa superar su alcoholismo, quien habría descubierto una relación homosexual de su esposo, que desembocaría en el suicidio. La obra transcurre durante la visita de ella a su hermana Stella, casada con Stanley Kowalski un obrero polaco, borracho, lleno de energía varonil, tosco y jugador de cartas. Lo que sigue es una explosión de emociones, conflictos, recuerdos, traumas, pasiones y delirios. Blanch es consciente de sus problemas, pero utiliza el alcohol como un medio para escapar de la realidad y evitar el enfrentamiento consigo misma. Ella termina pronunciando las conocidas palabras que sellan la obra “Seas quien seas, siempre he dependido de la amabilidad de los desconocidos”, en un dramático lamento dedicado a la codependencia. Blanch bebe agobiada por el pesimismo, por su deseo de olvidar, ella bebe hasta el punto de cancelar su futuro. La obra se estrenó en el teatro Ethel Barrymore de Nueva York, donde alcanzó más de ochocientas representaciones, durante dos años, obteniendo el premio Pulitzer.

Su siguiente gran éxito lo obtuvo con La gata sobre el tejado caliente de zinc que continúa apareciendo en el repertorio de las obras que nutren las escuelas de teatro en los más diversos países del mundo. En donde Williams vuelve sobre sus pasos para presentarnos un drama sobre los convencionalismos sociales, la hipocresía duramente compartida, mientras sus personajes se debaten entre la rebeldía y la autodestrucción, el heroísmo y la maldad. Y otra vez, los estragos del alcoholismo y la decadencia. En la versión cinematográfica estrenada en 1958, con importantes cambios en la trama, protagonizada por Paul Newmany Elisabeth Taylor, podemos encontrar, sin embargo, una de las mejores adaptaciones que el cine logra de la dramaturgia teatral de Williams.

Muchos de los aspectos de su vida los conocemos gracias a su diario, iniciado en 1955, un cuaderno común y corriente, cuyos forros eran de color azul, “un día negro para empezar un diario azul”, escribió al inicio.Ese diario le acompañó siempre, ahí pudo relatar sus angustias, los golpes de ansiedad, el peso de la soledad y la nostalgia, “el alcohol es una salida, y la muerte es la otra”, dijo. Era ahí donde frecuentemente le asaltaban lo que llamó sus “diablos azules”. Ahí dejó caer ácidos comentarios sobre el rodaje que hacía el famoso director Elia Kazán de La gata sobre el tejado de zinc (en esa versión se excluyó el término caliente), los ensayos le parecían infernales, la actriz principal, Barbara Bel, le resultaba inadecuada y el actor Burl Ives que representaba a Big Daddy, le parecía “un pavo relleno”, sin dejar de lado su repudio a los escenarios de Filadelfia. Para Williams la vida se había tornado pasmosa, no obstante que acumulaba éxitos incomparables. “No tengo nada que registrar – dice- salvo la continuidad de los días. Continúan y yo continuo con ellos”. Esas palabras pueden resumir su desánimo o la desesperanza del autor al juzgar las cosas en su sentido más desfavorable, “el precio de la fama es demasiado alto”, reflejan un intento desesperado por romper con la soledad, a menudo atrapado en el deseo y en sucesivas relaciones tortuosas.

Williams viajó a Europa en busca de nuevos aires: “Mañana pequeño diario azul, nos hacemos a la mar de nuevo y comenzamos otro de nuestros extraños y embrujadores veranos en la bella Roma”. Ahí se comportó como un vagabundo excéntrico, sin obtener nada más que aburrimiento. Durante las largas temporadas en Roma, junto a Truman Capote y Gore Vidal, viajaron a Barcelona, donde se adentraron en el Barrio Gótico y la Bodega de Bohemia. En ese tiempo Williams firmó algunas otras de sus mejores obras, entre ellas: La rosa tatuada, Baby Doll, Dulce pájaro de juventud y La noche de la iguana.

Aunque Williams tuvo una pareja sentimental, Frank Merlo, su amante, secretario, enfermero y cuidador, hasta que un cáncer temprano le causó la muerte. Esa relación no le impidió ser esencialmente infiel y son de sobra conocidas sus andanzas sentimentales e incluso sus excesos de promiscuidad. Lo cierto es que la muerte de Merlo le causó un enorme dolor y una profunda crisis depresiva.

Cuando Williams pasaba de ser un reconocido dramaturgo para convertirse en el adaptador de su propia obra en la industria cinematográfica de Hollywood, escribió un libro maravilloso: Hard candy, que incluye nueve relatos que van de lo dulce a lo amargo, llenos de humor, historias a la vez violentas y extrañas, pero siempre impregnadas con alcohol y relacionadas con el deseo y la sexualidad. En esas páginas, el autor dejaría constancia de su destreza, también, como narrador.

Al final de su vida, Williams, retirado en su casa de Cayo Hueso, en Florida, se dedicó a pintar horribles cuadros que regalaba a sus amigos, alejado del interés mediático había perdido el lustre del gran escritor, un viejo homosexual decadente, al que vituperaban y hostigaban los pobladores del lugar alentados por un pastor empeñado en erradicar las conductas indeseables: “No entiendo mi vida, pasada o presente, ni entiendo la vida misma. La muerte me parece más comprensible”, escribió en una carta pocos meses antes de su extraño fallecimiento. Se dedicó por largo tiempo a culpar a otros de su mala situación, incluso a denostar a quienes le rodearon y apoyaron para llegar hasta la cumbre, de donde cayó en desgracia como si se tratara de uno de sus atormentados personajes.

Sin embargo, no cabe duda de que, Tennessee Williams, el genio alcohólico, homosexual, irónico, existencialista, rebelde y frágil será recordado, siempre, como uno de los más grandes en el teatro del deseo.