
Faulkner
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Enrique Laviada –
Nada resulta más característico de los movimientos totalitarios que su benévola (es ironía) relación con el pueblo. Es el amor que con amor se paga, repiquetea el discurso oficialista. De ahí que el sustrato de su “alianza” con las masas o su “comunión social” tengan un sentido presupuestario. La idea de bienestar se convierte, entonces, en una pieza clave para lograr el predominio absoluto del grupo (secta le dicen) que detenta el poder. Es ahí donde el movimiento logra confundirse con la estructura estatal de forma incomparable. Abundan los estudios y los datos concernientes a la perversión que resulta de aplicar esos programas con fines electorales. Los enormes recursos destinados a ellos, lejos de combatir el atraso o reducir efectivamente la desigualdad social, se convierten en un modo peculiar de “administrar la pobreza” para mantener su hegemonía política.
El anuncio reciente hecho por Claudia Sheinbaum de que los Programas del Bienestar aumentarán el próximo año, para llegar a la cifra de un billón de pesos (léase un millón de millones) su alcance, dijo, podría llegar a más de 33 millones de personas, esto es, casi el 82% de las familias del país, lo que en todo caso puede interpretarse como un reforzamiento de la estrategia política y no de una política social propiamente dicha. Al contrario. Su resultado es un nuevo sistema de dominación en el que un grupo político actúa como estamento, genera privilegios y una especie de acumulación originaria de capitales, a veces asociada a las élites económicas y en otras de manera autónoma o, incluso, excluyente. De manera complementaria, como suele presentarse en la historia de los movimientos autoritarios, el régimen se encarga deorganizar a las masas no a las clases sociales o a los ciudadanos, sino a la “mayoría” para perpetuarse en el poder.
En realidad, no otra cosa que la realización presupuestal del totalitarismo. Algo que es posible, por cierto, a condición sine qua non de vaciar las arcas públicas, es decir, a costillas de los contribuyentes y en detrimento de la economía nacional. El “nuevo modelo económico” incluye un nulo crecimiento, índices negativos del empleo, junto a la amenaza que representa un proceso inflacionario desbordante, en un contexto de inestabilidad económica global provocada por los desplantes arancelarios de la administración Trump. Es ahí donde la fórmula autoritaria del bienestar se vuelve un despropósito económico. Por la sencilla razón de que los recursos públicos no son ilimitados y su agotamiento afecta el funcionamiento general de la economía y de las funciones propias del Estado, de modo que al régimen no le queda más remedio que acudir al endeudamiento galopante.
Mientras tanto, el país pierde posiciones en materia educativa y se descuida en forma criminal nuestro sistema de salud pública y desperdiciamos oportunidades de competencia y desarrollo. Sin embargo, el destrozo (ironía cruel) no termina ahí, aparte tenemos la eliminación de los contrapesos y valores críticos y las regresiones en el sistema electoral y la inaudita censura a la libertad de expresión y la opacidad casi absoluta de los asuntos públicos y, por último, la muy peligrosa militarización del país.
Aunque todas las mañanas tengamos, sin remedio, una nueva dosis de propaganda al estilo Sheinbaum, con aquello de que somos el país más exitoso, justo y democrático del mundo.
Acertijo
Y falta lo más turbio