Familia, nepotismo y patrimonialismo
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28 de septiembre de 2025José Revueltas – Los muros del dogma

Enrique Laviada Cirerol –
En muchas partes de la reflexión acerca de su trabajo literario, me
refiero a los textos reunidos en Cuestionamientos e intenciones, José
Revueltas afirma que “por más que se tratase de despojar a la obra
de arte de su contenido ideológico, esto resultaría imposible de un
modo absoluto”; insiste en ello de distintas formas y con distintos
enfoques, pero siempre pensando en lo mismo: la imposibilidad de
disociar la creación artística de la postura ideológica del artista.
José Revueltas es uno de los grandes escritores mexicanos, pero ese
reconocimiento se le negó o se le regateó por mucho tiempo. Tuvo
que enfrentar a los enemigos de la revolución, y a sus propios
camaradas. Desde muy joven se incorporó a las filas del Partido
Comunista Mexicano, eran los tiempos oscuros del estalinismo.
Nadie podía criticar o cuestionar la línea que se dictaba desde
Moscú, lo que siempre aquejó su conciencia.
Revueltas pudo extender sus alas (como lo aconsejaría Ricardo
Flores Magón estando preso) aún en entre los muros de agua de la
penitenciaria en las Islas Marías, donde fue internado por su
participación en las huelgas y luchas sindicales, la primera vez en
1932 cuando apenas tenía 16 años, y la segunda 1934.
Algo similar sucedió, en medio del movimiento del 68, ya
convertido en un escritor maduro, cuando fue llevado preso
nuevamente por su participación en la revuelta estudiantil, y su
creación literaria resistió los gruesos muros de la cárcel del viejo y
lúgubre palacio de Lecumberri.
Sin embargo, siempre vivió atrapado entre los muros del dogma. La
vida y la obra del escritor pueden resumirse en esa incansable lucha
en contra de la perfidia de los comunistas, siendo un marxista
convicto y confeso, algo que por inconcebible resultó en un
detonante de su genio literario.
Ante la represión del régimen, el encarcelamiento y su inconfundible
rebeldía ante la injusticia o los tormentos de la ideología, Revueltas
encuentra refugio en la bebida, un refugio a la vez íntimo y
socialmente compartido en fiestas y tertulias literarias, o en las
puertas de la huelga y en los escondites en la Ciudad Universitaria
sitiada y tomada por el Ejército, o a hurtadillas en las celdas del
penal, después de haber sido puesto tras las rejas, o en sus múltiples
viajes por el país y el extranjero.
Revueltas es un alcohólico encabronadamente contagioso. Varias
veces le pusieron “ángeles de la guarda”, que eran compañeros de la
organización que tenían la misión de cuidarlo y retirarlo de las
cantinas, pero que invariablemente terminaron convertidos en
diablillos de compañía, en andanzas y recorridos por los barrios y las
historias del movimiento, y en el sinuoso camino de construir el
verdadero Partido Revolucionario del Proletariado, lo que nunca se
logró, a pesar de la enorme convicción que esa búsqueda
representaba y de todos los intentos, siempre fallidos.
La narrativa de Revueltas, en ese trajín político, llega a las entrañas
del México profundo, como ninguna otra de las versiones que
hayamos conocido. Malcolm Lowry nos encuentra y logra escribir
magistralmente Bajo el volcán, pero Revueltas es el volcán. Es el
escritor de una causa que, desde lo nacional, se entrega a la misión
de liberar a la humanidad y construir un mundo sin explotación ni
opresión, ni enajenación. Un mundo ideal, literario, en su sentido
más profundo.
Su primera esposa, Olivia Peralta, contó alguna vez que era tan
intenso el sufrimiento de Revueltas frente al dolor humano, que sólo
con la bebida lograba mitigarlo. Beber era una forma de anestesiar
su angustia y su tormento. Pero los tragos eran, también, parte del
ambiente militante. Las reuniones pasaban con facilidad de la
conspiración secreta en contra de la burguesía y sus esbirros, a las
cantinas o las casas de los camaradas para elaborar en colectivo
ideas sobre las ideas en una espiral filosófica. Hacer la crítica de la
sociedad era perfectamente compatible con la fiesta y el desorden
como vocación política. La revolución tenía que ser también un
desmadre, bañado en ron y cerveza, o vodka y mezcal.
La preocupación principal de Revueltas no era “descubrir” una
nueva técnica, detestaba la idea del arte por el arte mismo, lo que
desviaría hacia lo pasajero, en lugar de detenerlo en lo esencial.
Cuando su novela El luto humano apareció traducida al inglés,
muchos críticos se apresuraron a señalar que su trabajo se veía
notablemente influenciado por Faulkner, por lo que declararía lo
siguiente: “dispongo de un conocimiento harto superficial de su obra
(se refiere a Faulkner)”; de modo que la lectura de Mientras agonizo
le interesó enormemente y le sorprendió encontrar similitudes y
rasgos comunes, seguramente producidos desde una sensibilidad
atormentada por inquietudes singularmente parecidas. Y más
adelante, Revueltas aclara: “guardadas las proporciones por cuanto
al nivel artístico de Faulkner, tan por encima, si se quiere, hasta de
las más ambiciosas esperanzas de mi trabajo literario”. Una
humildad estética incomparable, que mueve a la comprensión
resumida acerca de la calidad humana y la calidez existentes en el
alma de Revueltas. Algo que, por cierto, comparten a la distancia
ambos autores.
Mientras tanto, desde los púlpitos del estalinismo se acusa a
Revueltas de volverse en contra del partido y del comunismo en un
trayecto que va de la publicación de su novela Los días terrenales
hasta llegar a su otra gran novela: Los errores. En verdad fue
impresionante la alharaca que armaron los súbditos del Kremlin,
utilizando toda clase de injurias y cantaletas dogmáticas e
impermeables. Es conocida la furia con la que los burócratas
comunistas atacaron, denostaron y terminaron por condenar a
Revueltas, lo que gracias a la crisis y convulsión que experimentaba
el bloque de países del llamado “socialismo real”, afortunadamente,
no pasó a mayores.
La crítica de Revueltas era demoledora y muy peligrosa, lo que
podemos descubrir en sus palabras sobre los escritores que habrían
decidido rendirse ante Stalin y sus compinches, al cuestionar su
“…conformismo y la (postura) de convertirse en los doctores de la
Ley, los más apasionados, brutales, e intolerantes exégetas de esa
monstruosa falsificación del materialismo dialéctico, que llegó a
convertirse en odiosa bajo el nombre de “realismo socialista” (…) Y
todo el resto de la quincallería subjetiva y pragmática del
estalinismo en materia del arte. Así fue. Muchos sucumbieron a la
presión, y otros tantos tuvieron el valor de rebelarse. Algunos, dice
Revueltas, sin ser propiamente escritores comunistas, como André
Gide (quien después de un viaje a la Unión Soviética se convirtió en
uno de sus más severos críticos), supieron sostenerse y nunca
terminaron sus días como el traidor miserable, de la delirante
campaña burocrática que quiso aplastar su memoria.
La hoguera estalinista intentaba devorar libros y pinturas o
creaciones musicales que consideraba reaccionarias. El ambiente no
podía ser más complejo. Se trataba de una contradicción de
proporciones monumentales.
Pero Revueltas lo veía con respeto y también con una especie de
sentido del humor. Debemos a Enrique González Rojo, íntimo
amigo de José Revueltas, una interpretación poética del memorable
discurso que el escritor dirigió a una manada de perros reunida
en el Parque Hundido, después de beber una botella de vino para comer
unas tortas, mismas que, dado el espíritu solidario de Revueltas,
tuvo que compartir con los canes, ya en ese momento arremolinados
en torno a la banca en la que se encontraba sentado, y que luego
dejaría para subir a un montículo cercano y desde ahí dirigirse a la
concurrencia perruna, reproduzco íntegro el poema, en memoria de
la amistad, breve pero muy agradable, que sostuve con mi tocayo
Enrique González Rojo:
Discurso de José Revueltas a los perros
en el Parque Hundido.
Compañeros canes:
Aprovecho esta concentración
Para tomar por asalto la palabra
Y decirles mi desdén, mi resistencia, mi furia
Por la vida de perros
A que se les ha sometido
Y que ustedes aceptan
Sumisamente
Con una larga, peluda y roñosa
Cobardía entre las patas
(animación en el parque)
Camaradas perros callejeros:
¿Van a continuar luchando unos con otros?
¿Van a rodear el hueso,
el pobre hueso conquistado,
con la cerca de púas
del gruñido?
¿Y lanzarse a dentelladas
contra el que también vive las manos
del hambre
cerrándose en su cuello?
Ah, mis pinches perros
mis bonitos perros
¿qué pasó con la táctica?
¿dónde sus olfateos de dialéctica?
Cada uno de ustedes ha acabado por ser el ámbito
en que sólo las pulgas están organizadas
autogestivamente.
Algunos
(ya los conozco)
pretenden luchar
para que el número de Sociedades Protectoras de Animales
aumente al mismo ritmo
del crecimiento geográfico
de los perros.
Canallas.
Otros
por el mejor trabajo
de los veterinarios.
Sinvergüenzas.
Unos más porque las vacunas antirrábicas
Se repartan a pasto.
Farsantes
(murmullos de aprobación)
Camaradas perros:
Ustedes los saben mejor que yo.
Lo espío ya en sus ojos:
hay que hacer a un lado la perra egoísta
o el árbol por la individuación humedecido.
Desenterrar el hueso colectivo del atreverse.
Darle existencia histórica a las fauces
y soltar las tarascadas
en el número preciso requerido
para el triunfo.
Yo lo he soñado así.
En mi puño mi fuero interno mis lágrimas clandestinas
yo he pensado que llegará un día
camaradas
en que por fin no sea
el perro hombre del perro
(ladridos entusiastas)
Mas quiero algo decirles.
En esta lucha.
En este joderse.
En esta pasión
no vaya a ser que otros les coman el mandado.
No vaya a ser que los perros guardianes
No vaya a ser que los perros de presa
O los perros policía.
No vaya a ser que los canes cultivados
los que cuelgan su rosal de ladridos
en medio de los jardines.
No vaya a ser que los advenedizos
los que sólo hasta ahora merodean
a sus propias mandíbulas y dientes.
No vaya a ser.
No vaya a ser que aquellos
cuando ustedes destruyan este mundo
se erijan en los nuevos mandarines
chorreantes de colmillos
y que ustedes se queden
sufriendo nuevamente
su existencia de perros
(aullidos exaltados)
José guardó silencio.
Bajó del montículo que le servía de estrado.
Y una insinuante perra que atravesó la calle
le dio en la madre al mitin
a la pálida flor de la justicia
a la solemnidad del crepúsculo
y a la conciencia de clase
que fugaz
se había encendido
en esta efímera concentración
de perros callejeros.
A cada rato Revueltas decía: “soy un perro callejero, un tristísimo
perro callejero”, quizá para encontrar la inspiración necesaria en la
miseria humana. “Escribo para comunicarme –aseguraba-, para
suscitar en los demás las mismas preocupaciones mías, las mismas
angustias…” “Mi propósito es inquietar a los espíritus, si esto es posible;
hacer que todos salgamos a la calle del mundo y miremos con sangre…”
Se refería a la desenajenación del hombre para lograr su liberación.
Y para ello está la palabra: “las palabras, pues, son el demiurgo, el
dios de los personajes, son quienes crean a los personajes y luego
estos se convierten en el todo de la narración”. Siempre con el
mismo propósito: liberar a la humanidad de su esclavitud. El arte y
la literatura, escribió, deben ser libres dentro de las relaciones
concretas de la sociedad. Y agrega: “Si este o aquel estudiante u
obrero, de uno u otro de los países socialistas, tiene la libertad para
leer a Mayakovsky; ya no debe existir razón ni causa alguna para
que vuelva a suicidarse Mayakovsky”.
Y es ahí donde aparecen nuevamente los muros del dogma. Al
parejo de su obra literaria, Revueltas se convierte en un referente
teórico de la revolución proletaria. Son amplios y ricos en contenido
sus ensayos y estudios sobre el marxismo. Que en ese tiempo reúne
e integra el pensamiento filosófico con la economía política y la
sociología o la historia para completar una visión dialéctica del
mundo. Sin embargo, como una desgracia que cae desde su propio
cielo, se convierte en un sistema simple de dogmas que contradicen
su propia esencia. Es “el marxismo vulgar” que se presenta como un
cúmulo de apariencias, algo manipulable, “no subvierte los medios
de dominación, sino que los copia”, esa apariencia de la negación se
convierte en una “doble mistificación”, o para decirlo en los
términos de Henry Lefebvre: “una religiosidad de Estado” que es, en
suma, una especie de cadena simplista, una profesión de fe.
El marxismo deja de ser una concepción del mundo y de la vida para
trastocarse en un dogma muerto. A Revueltas esa crítica le cuesta
que los burócratas estalinistas exijan retirar sus libros de los
anaqueles y terminan por expulsarlo del partido.
El escritor vive entre los muros del dogma. Mantiene una doble
lucha: por un lado, combate a la burguesía y su régimen político de
dominación; y, por otro, se enfrenta a sus camaradas en el mismo
campo de batalla. El resultado: un gran novelista, como lo
reconocería Xavier Villaurrutia; y, al mismo tiempo, un político
derrotado, desterrado, ignorado, despreciado.
En una entrevista concedida al periodista Agustín Ramos, para
Radio Educación, poco tiempo antes de su muerte, Revueltas le dice:
“…me temo que mi política es un poco literaria”. En el campo de la
creación artística “siempre he combatido el dogma del realismo
socialista […] Para nosotros era necesario adecuar el marxismo al
carácter nacional […] La relación se descompuso de una manera
profunda con quienes creían a pie juntillas todo lo que se decía en la
Unión Soviética”. El entrevistador pregunta al final: ¿Qué se siente
ser de una familia de grandes artistas? Y Revueltas Responde: “Lo
mismo que si fuera de grandes cirqueros…”
José Revueltas fue un gran escritor. Entre sus trabajos puede
encontrarse una novelística esencial en México, narraciones y
cuentos, poesía, ensayos, crónicas, guiones cinematográficos y obras
de teatro. Muchos dicen que, además, era un gran conversador. Todo
siempre empapado en alcohol. Como escritor tuvo el privilegio de
ver publicadas sus obras completas: “Me encuentro, no sin cierta
estupefacción […], ante el hecho consumado de mis obras
completas. O para decirlo con exactitud, ante un momento que
reconozco culminante, en el proceso de irse realizando mis obras
completas”. Una buena parte de su enorme obra literaria fue
publicada ciertamente en vida del autor, y otra igual o más extensa
de manera póstuma. Yo atesoré algunos tomos (luego los perdí en un
naufragio), que vieron la luz gracias a la editorial Era que, por
cierto, recientemente nos entregó una excelente edición de su Obra
Política. Toda ella escrita entre los muros del dogma.
Al salir de la cárcel en 1971 se le veía a José Revueltas mucho más
agobiado que nunca: la esperada soledad de ese tiempo, la sensación
de la derrota, el divisionismo de la izquierda, las aberraciones del
“socialismo realmente existente”, todo contribuyó para que el 14 de
abril de 1976 su corazón dejara de latir y, finalmente, se encontrara
con la muerte. Es el precio que tenemos que pagar, decía, al
momento de enamorarnos, de hacernos amigos, de tenerle cariño a
alguna persona o una mascota, es el momento indicado en el que van
a tener que irse, es el luto humano, un movimiento de la nostalgia
antes atrapada entre todos los muros, y que de pronto se libera para
siempre.