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Sea por él – Ernest Hemingway

Enrique Laviada Cirerol


Nació en Oak Park, un suburbio al oeste de Chicago en 1899 y murió en Ketchum, Idaho en 1961.

Fue un periodista y escritor entre los más destacados del siglo XX.

Ganó el Premio Pulitzer en 1953 y obtuvo el Premio Novel de Literatura en 1964.

En sus inicios trabajó como reportero, pero al poco tiempo se alistó para conducir ambulancias en Italia, durante la Primera Guerra Mundial, donde fue herido de gravedad.

Al término de la conflagración, siguió laborando como corresponsal de prensa, logrando establecerse en París donde inició propiamente su carrera literaria.

La inquietante convulsión del mundo en aquellos años le llevó a España durante los episodios terribles de la guerra civil y la Segunda Guerra Mundial, entonces se desempeñó también como corresponsal
de prensa.

Más tarde decidió vivir por largo tiempo en La Habana Cuba, donde existe un vívido recuerdo de su estancia.
Hemingway fue aficionado a la caza y la pesca, y un apasionado de las corridas de toros.

Entre sus principales obras destacan: Tres relatos y diez poemas, El viejo y el mar, Por quién doblan las campanas, Adiós a las armas, Paris en una fiesta entre las más conocidas, y se sabe que dejó sin publicar cerca de tres mil manuscritos. Sus obras, principalmente novelas, cuentos cortos y reportajes periodísticos se caracterizan por
contener una carga lírica y emocional, con una gran fuerza narrativa que retrata las vicisitudes de las generaciones próximas a las dos grandes guerras, con sus referencias al heroísmo y a la más sombría perdición, al amor y la pasión, al odio incontenible, así como los cursos metafóricos de la vida y a la muerte.

Un ejemplo de ello es su célebre novela El viejo y el mar, del que se han vendido desde su publicación hasta hora, más de 13 millones de ejemplares en todo el mundo, traducido a una decena de idiomas, donde el autor narra con sencilla profundidad la historia de un viejo pescador cubano a quien al parecer la suerte le ha abandonado por completo…”Era un viejo de nombre Santiago que pescaba solo en un bote en la corriente del Golfo y hacía ochenta y cuatro días que no atrapaba un pez” comienza diciendo, hasta que el destino lo lleva a librar una batalla sin tregua y terrible con un pez gigantesco en una conexión dramática que une al hombre con el mar, a la humanidad con la naturaleza, su libro nunca ha dejado de imprimirse.

Se atribuye a la genialidad narrativa del autor el cuento más breve del mundo, solo unas cuantas palabras, que encierran todos los misterios posibles, dice: “Se venden: zapatos de bebé, sin usar.”

Esas cuantas palabras, pienso, dejan al lector en libertad absoluta para imaginar, sentir, sufrir, recordar, extrañar, entre muchos otros sentimientos genuinamente humanos, todo logrado mediante una sucinta elocuencia. Cuenta la leyenda que, ese breve prodigioliterario, fue resultado de una apuesta entre contertulios, distinta a tanta otras que pueden cruzarse en frente a una barra de cantina.

Hemingway era un alcohólico empedernido, en algunos relatos sobre su vida personal se señala que, a mediados de 1937, acudió al médico quejándose de dolores estomacales, un padecimiento que trataba de explicar o eludir inútilmente. Sin embrago, en realidad lo que padecía era un severo daño hepático y le recomendaron dejar el
alcohol.

Muchos de sus amigos cercanos le pidieron encarecidamente alejarse de la bebida, como algo de suma
importancia para el mundo de las letras y la cultura contemporáneas, pero todo fue en vano, ni siquiera entonces pudo parar.

Son muchas las anécdotas acerca de su consumo habitual de Whisky, lo que a veces raya entre lo real y el mito.
Lo cierto es que nunca requirió de beber para escribir, aunque la bebida siempre le acompaño en las distintas etapas de su vida y de su trayectoria, Hemingway como casi todos los grandes bebedores era omnívoro, esto es: se sabe que era afecto lo mismo al vino o la sidra, que el coñac y el brandy, al vodka y el buen ron de Martinica y Cuba.

El abuso del alcohol y el deterioro de su salud mental debido a una complicada afectación por bipolaridad, se juntaron para volverse en su contra al final de su vida.

Entre los relatos en torno a la personalidad de Hemingway destaca la visita que le hizo a Pio Baroja, uno de los enormes escritores perteneciente la generación del 98, entre quienes figuraban Miguel de Unamuno, León Felipe, Ramón del Valle Inclán, Antonio Machado y el propio Baroja por quien el norteamericano sentía una profunda admiración, el punto es que llegó hasta su lecho de muerte para decirle que cambiaría cualquier cosa, el Premio Nobel, inclusive, le dijo, por escribir unas cuantas paginas como lo hacía él, para más tarde, con cierto desparpajo, regalarle unas calcetas y una
botella de Whisky; luego de que Hemingway dejara esa habitación de hospital, Baroja exclamó: “Caramba, a que ha venido este tío”, visiblemente contrariado. Por cierto, también le regaló su más reciente novela “Adiós a las armas” con esta dedicatoria: “A usted, don Pio, que tanto nos enseñó a los jóvenes que queríamos ser escritores”.

Pasado el ámbito de las anécdotas, el lector seguramente recordará que una de las más apreciadas novelas de Hemingway, “Por quién doblan las campanas”, en la que se narra magistralmente el drama de la guerra civil española, fue llevada a la pantalla grande y protagonizada, ni más ni menos que por Gary Cooper e Ingrid Bergman, logrando un sonado éxito en taquilla, además de la nominación a nueve premios Oscar.

En una breve pero intensa reyerta literaria Faulkner (otro grande de la literatura, también alcohólico) habría dicho de Hemingway que, nunca escribió una palabra que llevara al lector a usar un diccionario, a lo que Hemingway respondió: pobre de quien crea que las grandes emociones vienen de grandes palabras.

Otro flanco de la personalidad de Hemingway fue su irreductible machismo, su trato hacia las mujeres suele describirse como cruel y abusivo, y en sus relatos es evidente su culto la masculinidad, lo que tal vez explique en buena medida la pedregosa relación amor-odio con Gregory, su hijo menor, un trasvesti que decidió cambiar quirúrgicamente de sexo, quien finalmente murió de un infarto recluida con el nombre de Gloria en una sórdida cárcel femenil de Miami, luego de ser condenada por exhibicionismo.

Dicen que en alguna ocasión Hemingway se dirigió a Gregory o a Gloria en todo caso con una especie de sentencia: “tú y yo venimos de una tribu extraña”. Nadie atina realmente a desentrañar qué tanto pudieran haber influido esas sombras en la vida del autor para determinar las condiciones de su vida y de su trágico final.
El caso es que una mañana del 2 de julio de 1961, muy temprano, en el vestíbulo de su casa de Ketchum, Idaho, Ernest Hemingway se voló la cabeza con su escopeta de caza, nadie sabe hasta ahora porqué lo hizo, pero tal vez sea él por quien aún doblan las campanas.