Prólogo Vivencias
29 de julio de 2025
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Truman Capote – Un Yo desbocado


Enrique Laviada Cirerol –

La versión de que el niño Truman era introvertido, un tanto arisco y que solo estaba interesado por aprender lengua inglesa y la literatura parece estar bastante aceptada, así como la curiosa historia de su nombre,debido a que su madre, Lillie Mae “Nina” Faulk, casó en segundas nupcias y tomó el apellido de su nuevo marido, un tal José García Capote, quien se decía coronel y era originario de las islas Canarias, pero vivía en Cuba al momento de reunir una nueva familia con quienes, finalmente, decidió marchar hacia Brooklyn, en Nueva York y posteriormente a Milbrook, Connecticut, para ahi establecerse en definitiva.

Muy pronto, un juvenil Truman Capote empezó a hacer sus pininos literarios mediante publicaciones en el New Yorker, hasta que fue despedido por su mal carácter y una actitud poco respetuosa hacia sus jefes. De ahí partió de regreso a Alabama, a casa de unos parientes que le brindaron la posibilidad de escribir Otras voces, otros ámbitos (1948), que le traería un éxito con una resonancia considerable.

Pero la obra importante de este periodo temprano en la trayectoria de Capote fue, sin duda, Desayuno en Tiffany´s (1958) en la que su personaje Holly Golightly, la chica atractiva que rechaza una carrera de actriz en Hollywood, decide convertirse en una mujer sofisticada y un tanto enigmática dedicada a romper corazones, sin pertenecer a nadie, en una mezcla de astucia y picardía, que sueña con el lujo resplandeciente de una época dorada y posa su mirada en la fina y famosa joyería neoyorquina.

En una entrevista realizada al autor por Colina Pati de The París Review en 1957, Capote confiesa que desde el principio escribió con sinceridad: 

“Mi mente daba vueltas toda la noche, -le dijo-, creo que no dormí en verdad durante varios años, hasta que descubría que el whisky podía relajarme (…) Pronto acumulé una maleta llena de botellas desde brandy hasta bourbon (…) Bebía casi siempre hacia la mitad de la tarde”. 

Con el tiempo se aficionaría al grado de la costumbre por el Martini, servido en tragos dobles desde antes del almuerzo, o el Stinger preparado con brandy y crema de menta, para luego adentrase en un impulsivo gusto por el vodka, aunque se sabe que podía beber lo que le pusieran enfrente.

El creciente interés de Capote por el periodismo se desplegó en su novela en la que se combinan con maestría la realidad y la ficción, A sangre Fría (1965), un largo relato en verdad escalofriante, acerca de los asesinatos de cuatro miembros de la familia Clutter, una pareja joven y sus dos hijos adolescentes, cometido salvajemente el 15 de noviembre de 1959 en un pequeño pueblo de Kansas llamado Holcomb.

Al autor le tomó seis años para realizar la investigación del caso, lo que incluyó las entrevistas hechas hasta la prisión de Lansing en donde se encontraban recluidos los dos criminales Richard Hickock y Perry Smith, y donde también se llevaría a cabo el juicio del que dará cuenta Capote con detalle. Para escribir ese libro se apartó en una pequeña localidad de Palamós, en la Costa Brava catalana, donde pasó tres veranos completos entre 1960 y 1962. La versión completa en forma de libro se publicó en 1966, y resultó ser el punto culminante de su carrera como escritor.

Por mi parte, quiero reafirmar que cualquier persona con la peregrina idea de convertirse en periodista debe leer, quizá varias veces, A sangre fría, por la sencilla razón de que es indispensable para escribir bien algo relacionado con un hecho y que valga la pena publicarlo.

Los trabajos posteriores de Capote no alcanzaron el mismo grado del éxito, pero sin duda constituyen obras de gran interés en la historia de la literatura norteamericana de mediados del siglo XX, entre los cuales podemos mencionar Música para camaleones, así como Retratos en los que se mezclan, nuevamente, la realidad y la ficción. A esas alturas, el aclamado Truman ya se encontraba metido de lleno en el mundo de los famosos, se codeaba con las estrellas de cine, el teatro y la televisión, sin duda, la farándula era lo suyo, de modo que aparecía frecuentemente como invitado especial a las fiestas de la elite neoyorquina y disfrutaba de los ambientes extravagantes que eran propicios para cometer los más variados excesos.

Su vida se había convertido en un remolino en el que destacaba y lucía su Yo desbocado. En un breve autorretrato escribió: “Soy alcohólico. Soy drogadicto: Soy homosexual. Soy un genio”, en una declaración irreverente y provocadora, como casi todo lo que hizo y rodeó al autor, esta vez puesta en su relato sobre las vueltas nocturnas o las experiencias sexuales de dos gemelos, un magnífico texto que se incluye al final de Música para camaleones (1980).

Truman Capote pasó por muchas clínicas de rehabilitación. Sin embargo, cada vez resultaba mas honda y terrible su adicción al alcohol y las drogas. A sangre fría no ganó el Pulitzer, ni el Premio Nacional del Libro, ni mucho menos le acercó al Nobel de literatura, pero la celebración que él mismo organizó, aquel glamoroso y memorable Baile en Blanco y Negro en el Hotel Plaza de Nueva York, en noviembre de 1966, fue espectacular y todos clamaron por tener un lugar ahí como invitados.

El Yo desbocado de Truman Capote era como un imán de la vida social norteamericana, era una más entre las estrellas del jet set con toda la frivolidad que uno pudiera imaginar y justo a la mitad de un siglo convulso y terrible.

Bertram Newman, quien fiera su médico de cabecera, le dijo, tratando de usar una severidad tal vez persuasiva:

– “Truman, si se endereza tiene muchos años por delante. Pero si va a seguir por el mismo camino es mejor que se pegue un tiro en la boca”.

Capote, por supuesto, no hizo el más mínimo caso, pues ni se enderezó ni mucho menos se dio un tiro. Lo que hizo, en cambio, fue hundirse aún más para llegar hasta el fondo de una perdición propia, intima, asumida con la convicción de que era su Yo desbocado quien debería tener el mando de todo, hasta el final.

Truman Capote murió en casa de su querida amiga Joanne Carson, un 25 de agosto de 1984 a los 59 años de edad en Los Ángeles, California: La causa, según el parte forense, fue: “enfermedad hepática complicada con flebitis e intoxicación por múltiples fármacos”, una especie de suicidio progresivo, lo que muy probablemente fue una decisión completamente suya, apesadumbrado por un destierro social catastrófico, en el que se dedicó a escribir Plegarias atendidas, un título que rescató o está inspirado supuestamente en una frase de Santa Teresa de Jesús: “ Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas”, su obra póstuma acerca de un joven escritor y gigoló bisexual, P. B. Jones, que se codea con la alta sociedad y colecciona sus confidencias, lo que provocó una reacción adversa  y el castigo doloroso venido desde el jet set neoyorquino, ese mismo que tanto le había amado y aclamado. A lo que Capote respondió:

– ¿Qué esperaban? Soy escritor. –